Ya el sol se había ocultado tras los cerros; y, luego de un buen rato de practicar deporte, mi amigo y yo, salíamos del entonces Colegio Estatal “José Gálvez”.
Enfrente del Alma Mater, encontrábase Edwin David Escalante Escalante, alias “cascarrabias”; hombre de figura graciosa, cuerpo delgado, rostro enjuto y mirar melancólico. Se vio en apuros al saberse sorprendido in fraganti, en derroche de galantería hacia una agraciada joven que, presurosa, cortaba alfalfa; pero el improvisado pretendiente retrasaba a la muchacha en su quehacer; mientras los cuyes esperaban impacientes.
Mi amigo, sonriente, hizo expresiva su emoción alabando el buen gusto de “cascarrabias” y díjole:
- ¡Basta casquita, buenos gustos tienes…!
- ¡Naaaada…! Respondió inocente “cascarrabias”.
La pobre muchacha se puso colorada por semejante respuesta del galán; mientras que a sus adentros deseaba desaparecer ipso facto.
Por su parte el insensato “cascarrabias” comprendió que había cometido un grave error que puso fin a su pretendida conquista.
Enfrente del Alma Mater, encontrábase Edwin David Escalante Escalante, alias “cascarrabias”; hombre de figura graciosa, cuerpo delgado, rostro enjuto y mirar melancólico. Se vio en apuros al saberse sorprendido in fraganti, en derroche de galantería hacia una agraciada joven que, presurosa, cortaba alfalfa; pero el improvisado pretendiente retrasaba a la muchacha en su quehacer; mientras los cuyes esperaban impacientes.
Mi amigo, sonriente, hizo expresiva su emoción alabando el buen gusto de “cascarrabias” y díjole:
- ¡Basta casquita, buenos gustos tienes…!
- ¡Naaaada…! Respondió inocente “cascarrabias”.
La pobre muchacha se puso colorada por semejante respuesta del galán; mientras que a sus adentros deseaba desaparecer ipso facto.
Por su parte el insensato “cascarrabias” comprendió que había cometido un grave error que puso fin a su pretendida conquista.
Por Elmer Zelada Zamora
