Era costumbre verlos reunirse todas las noches, para dar inicio al memorable partido, en que los peloteros nocturnos, dejaban todo en el campo de juego, de aquellas noches interminables donde se suscitaban acaloradas discusiones entre los contrincantes.
Cierto día, mientras descansaban a ambos lados de la pista, sentados en las frías veredas y cansados de usar dos piedras como arcos, testigos de los reñidos encuentros de fulbito entre los amigos del barrio. Ahí, alguien sugirió: “deberíamos hacer unos arcos de palos, no muy grandes para su fácil transporte”. Y pensando de dónde podrían agenciarse de los benditos maderos, de entre el grupo hubo una propuesta.
- ¡Del bosque de mi abuelo! - dijo emocionado Lucho “Cebolla”.
- ¡Ahí está, buena idea! – exclamó Martín el •chupa dedo”.
- Si quieren, mañana nos vamos al bosque a cortar los árboles – continuó diciendo “Cebolla”
- Tú nos dices la hora y nos vamos, carajo de miérda – apoyó el “Chupa dedo”.
- Entonces, que sea mañana a la una de la tarde – Concluyó Lucho.
Al día siguiente con machete en mano, nuestros amigos se dirigían al bosque mencionado; ubicado en el lugar denominado Poyo del Isco.
Ya en el bosque, comienza el problema de qué árboles cortar; y, Lucho cual dueño, señalaba a los sentenciados que deben morir para formar parte de tan ansiados arcos.
Con la orden dada, Martín procede a cortar los árboles designados y mientras el “Chupa dedo” maldice de rato en rato la dureza de los árboles; Lucho “Cebolla” observa atentamente a que ojalá nadie los vea.
En eso, de una pequeña casa que se hallaba en frente del bosque, sale un sujeto un tanto sorprendido y alterado; de seguro fueron los ruidos producidos por los golpes dados contra la corteza de los árboles, que lo alarmó y salió a averiguar qué es lo que pasaba. Por el gesto que mostraba indicaba que el dueño le había encargado vigilar su bosque; pero al ver que Lucho “Cebolla” era quien encabezaba la tala, se mostró más tranquilo.
Más Lucho haciendo gala de su condición y aprovechando la circunstancia con tono de autoridad y con toda la desfachatez del mundo, exhortó al encargado diciéndole:
- ¡Oye, si ves quien lo ha cortado, me avisas!
Y ante los ojos del sorprendido cuidador se marcharon cargando los palos que necesitaban; dicho era de paso, eran del bosque del juez de paz de ese entonces.
Cierto día, mientras descansaban a ambos lados de la pista, sentados en las frías veredas y cansados de usar dos piedras como arcos, testigos de los reñidos encuentros de fulbito entre los amigos del barrio. Ahí, alguien sugirió: “deberíamos hacer unos arcos de palos, no muy grandes para su fácil transporte”. Y pensando de dónde podrían agenciarse de los benditos maderos, de entre el grupo hubo una propuesta.
- ¡Del bosque de mi abuelo! - dijo emocionado Lucho “Cebolla”.
- ¡Ahí está, buena idea! – exclamó Martín el •chupa dedo”.
- Si quieren, mañana nos vamos al bosque a cortar los árboles – continuó diciendo “Cebolla”
- Tú nos dices la hora y nos vamos, carajo de miérda – apoyó el “Chupa dedo”.
- Entonces, que sea mañana a la una de la tarde – Concluyó Lucho.
Al día siguiente con machete en mano, nuestros amigos se dirigían al bosque mencionado; ubicado en el lugar denominado Poyo del Isco.
Ya en el bosque, comienza el problema de qué árboles cortar; y, Lucho cual dueño, señalaba a los sentenciados que deben morir para formar parte de tan ansiados arcos.
Con la orden dada, Martín procede a cortar los árboles designados y mientras el “Chupa dedo” maldice de rato en rato la dureza de los árboles; Lucho “Cebolla” observa atentamente a que ojalá nadie los vea.
En eso, de una pequeña casa que se hallaba en frente del bosque, sale un sujeto un tanto sorprendido y alterado; de seguro fueron los ruidos producidos por los golpes dados contra la corteza de los árboles, que lo alarmó y salió a averiguar qué es lo que pasaba. Por el gesto que mostraba indicaba que el dueño le había encargado vigilar su bosque; pero al ver que Lucho “Cebolla” era quien encabezaba la tala, se mostró más tranquilo.
Más Lucho haciendo gala de su condición y aprovechando la circunstancia con tono de autoridad y con toda la desfachatez del mundo, exhortó al encargado diciéndole:
- ¡Oye, si ves quien lo ha cortado, me avisas!
Y ante los ojos del sorprendido cuidador se marcharon cargando los palos que necesitaban; dicho era de paso, eran del bosque del juez de paz de ese entonces.
Por Elmer Zelada Zamora